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El Sacerdocio Universal del Creyente



El trabajo desde una óptica de Reino


El siglo XVI fue para muchos sociólogos, historiadores, filósofos, economistas y teólogos un cambio de paradigma. Una verdadera reforma en todos los aspectos de la vida del hombre. Sin duda, la reforma protestante fue la causante de este cambio de cosmovisión. La sociedad y sus instituciones fueron trasmutadas de la noche a la mañana, y los antiguos principios que perduraron por cerca de mil años quedaron obsoletos como un zapato viejo. Es que la reforma protestante no solo estableció la doctrina de la justificación por la sola fe, sino que junto con esta fundó un nuevo concepto que cambio la forma de identificar al hombre este concepto se llamó “El Sacerdocio Universal del Creyente”. Este nuevo paradigma puso al individuo en un nuevo papel dentro de la sociedad, de ser un mero espectador, lo transformó en un protagonista y actor principal en todos los estamentos sociales y colectivos de las naciones que abrazarían la causa protestante. Atrás quedaban los castrantes y retrógrados prejuiciosos que la iglesia de roma había impuesto en el hombre. El hombre ahora se sabía responsable ante Dios. Ya no tenía que creer todo lo que el Papa dictaba, porque tenía la Biblia. Ya no debía hacer méritos ante el cura para irse al cielo, por que creía en la justificación por fe. Ya no temía a la excomulgación de la iglesia, porque comprendía la gracia.
Ahora era un hombre emancipado, libre. Libre de los hombres, pero esclavo de Dios. Es decir, autónomo ante la sociedad pero teónomo en cuanto a Dios.
El sacerdocio universal afectó tanto al hombre que este comprendió que era sacerdote en todo lugar, y que su profesión era su religión, teniendo que agradar y servir a Dios en el oficio que había aprendido desde pequeño. Zapateros, sastres, médicos, soldados, comerciantes, pintores, artistas, agricultores, artesanos etc. todos eran sacerdotes y por tanto debían representar a Dios en lo que hacían. Esto trajo como resultado una pujante economía que redundó en beneficio para ellos, sus familias y las naciones donde vivían. No es de extrañarse que el padre de la Sociología moderna, Max Weber, escribiera en su libro “Ética Protestante y Espíritu del Capitalismo” que las naciones de fe protestante eran más ricas, industrializadas, democráticas y desarrolladas que las católicas.
Para el católico romano el trabajo es un castigo, en cambio para el protestante, es una bendición, una oportunidad para dominar y conquistar la tierra para su Dios. El romanismo ve la vida en términos esencialmente emocionales, y como preparación para el cielo. El trabajo se ve como una faena pesada, un aspecto de la maldición, no como una forma de dominio, y la vida eterna (en el cielo) se ve como “eternas vacaciones” con el Señor. El romanismo y muchos evangélicos produjeron una vida superficial en términos intelectuales y vocacionales (laborales). La fe se convierte en una experiencia emocional, y no es de extrañarse que las mujeres predominan tanto en los círculos católicos como evangélicos: La religión la convierten en un asunto solo para mujeres y los hombres en ella están impotentes o castrados. El romanismo y el falso protestantismo exalta a la gente nula, pelagatos píos que reducen la fe a manifestaciones histérico-piadosas y por casi dos siglos el arminianismo y el dispensacionalismo han endemoniado a la iglesia con sus modos santurrones, afeminados y cobardes. La gente nula evita actos abiertos de pecado, no porque amen y teman a Dios sino porque son almas tímidas que temen a la gente y no se atreven a ofenderlos. En sus manos, el evangelio y la fe reformada dejaron de asociarse con dominio y fortaleza, y llegaron a asociarse con debilidad y temor.
El trabajo es la oportunidad para dominar la tierra y extender el Reino. Es el medio donde ejerzo mi sacerdocio a través de mis dones, manifestados en la vocación que el Señor me dio, es decir, mis talentos.
El verdadero hombre es el que domina para Dios por medio de su trabajo, su profesión, oficio o don. El hombre sin dominio es un eunuco. Y el hombre humanístico que domina solo para su propio beneficio (antropocéntrico) carece del verdadero dominio, no trabaja para Cristo, sino que para el anticristo (Eros, Mammón, Baal, Tánatos). Su labor se dirige hacia su propio placer sensual, una sexualidad frenética, tratando de probar una falsa potencia, porque sabe de corazón que él es un hombre impotente, un fracasado, en lo que concierne al verdadero dominio de Dios.
“Para el hombre humanístico el descanso es un escape del trabajo. El estar de vacaciones significa evitar las demandas de trabajo, corresponde a la contraparte secular de la idea de un rapto. El rapto y la flojera se colocan falsamente como premisas y significan rendición; miran el retiro como privilegio, en vez de una tragedia o aflicción. Es un abandono de la virilidad y de la vida. El trabajo no da dominio en el mundo del humanismo, y el estar de vacaciones es un intento de escape del hecho de la frustración y la castración. En cambio, para el hombre de Dios, el descanso es un privilegio como lo es el trabajo. El descansa porque él tiene la seguridad de que el Dios omnipotente e infalible le ha asegurado la victoria y que su labor nunca es en vano en el Señor. Mientras un hombre sea capaz, él necesita trabajar y él necesita descansar” (Rousas Rushdoony).
Jonathan Edwards (teólogo, filósofo, abogado y pastor) escribió: “Es conforme a la manera de Dios, cuando él logra cualquier trabajo glorioso en el mundo a fin de introducir un estado nuevo y más excelente de su iglesia, comenzar donde aún no se había echado los cimientos, para que el poder de Dios pudiera ser más conspicuo; para que el trabajo pudiera parecer ser enteramente de Dios y ser más evidentemente una creación de la nada. Conforme a Oseas 1:10 “Y en el lugar en donde les fue dicho: Vosotros no sois pueblo mío, les será dicho: sois hijos del Dios viviente”. Cuando Dios está a punto de convertir la tierra en un paraíso, él no comienza su trabajo donde ya hay algún buen desarrollo, sino en el desierto donde nada crece y no se ve nada sino arena seca y rocas estériles; que la luz pueda brillar de la oscuridad, el mundo se pueda rellenar del vacío y la tierra se pueda regar con manantiales de un desierto árido: “Daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mí pueblo, mí escogido”. Ahora, cuando Dios está a punto de hacer algún gran trabajo para su iglesia, su manera es empezar por el extremo inferior; de tal manera que cuando esté a punto de renovar toda la tierra habitable es probable que empiece en esta parte máxima, más humilde y más débil, donde se ha plantado por último la iglesia de Dios; y de esa manera el primero será el último, y el último primero; y eso se cumplirá de una manera eminente…

“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”
(1º Corintios 15:58)


Walter Vega.

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