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La Esperanza Puritana


¿QUIENES FUERON LOS PURITANOS?

En la mente popular, el término Puritano evocaba la imagen de un austero, engreído, lleno de justicia propia, un aguafiestas cazador de brujas. Pero nada podría estar más lejos de la realidad histórica. Aunque el término puritano se usó originalmente como un rótulo detractor, sólo se refiere a alguien que deseaba purificar la adoración de la Iglesia y la vida de los santos. El puritanismo inglés surgió en los años de 1560. Primero apareció como un movimiento de reforma litúrgica, pero pronto se extendió a una actitud distinta hacia la fe cristiana. El fenómeno puritano podría definirse como un movimiento de la iglesia inglesa, donde la mitad del siglo dieciséis hasta principios del dieciocho, que procuraba la reforma en la vida de la iglesia y una purificación individual del creyente. Era calvinista en su doctrina y pietista en su orientación.


CONSAGRACION A LAS ESCRITURAS

Las Escrituras fueron la pieza central del pensamiento y vida de los puritanos.
El puritanismo fue, por sobre todas las cosas, un movimiento bíblico. Para los puritanos la Biblia era en verdad la posesión más preciosa que el mundo podría permitirse. Su convicción más profunda era que la reverencia a Dios significaba reverencia por las Escrituras, servir a Dios significa obediencia a las Escrituras. Por lo tanto, para su mente no podría darse un insulto mayor al Creador que rechazar su palabra escrita, y por el contrario, no podría haber un acto de reverencia más elevado que apreciarla, estudiarla con detenimiento y luego vivirla y enseñarla a otros. La intensa veneración por las Escrituras como la palabra viva del Dios viviente y un devoto interés por conocer y hacer todo lo que prescriben, fue el distintivo sobresaliente del puritanismo.
Todo lo que digan las Escrituras, lo dijo Dios. Como dijo Thomas Watson: " En cada línea que lea, piense que Dios le está hablando".
La aplicación de las Escrituras se hizo con más constancia a través de la predicación. Como William Ames explica: " Es deber de un predicador corriente declarar la voluntad de Dios, extraída de la Palabra y expresarla para edificación de los oyentes". El sermón servía como un medio de consejería para toda la audiencia, edificando el cuerpo de creyentes reunidos. Desde la perspectiva puritana, si no se edificaba a los santos, la Palabra no se había predicado. Hablando a los ministros de sus días, Ames advierte: " Por tanto, pecan quienes se adhieren al hallazgo y explicación desnuda de la verdad, pero descuidan el uso y la práctica, en las cuales consiste de religión y la consecuente bendición. Tales predicadores edifican muy poco o nada a la conciencia. La predicación puritana consistía, pues, en una especie de consejería preventiva, ya que se aplicaban las verdades de la Palabra a la conciencia. Para cumplir este propósito, cada sermón se dividía en dos partes principales: Doctrina y aplicación. El resultado fue una predicación profundamente teológica y eminentemente práctica.

CONFIANZA EN DIOS
El compromiso puritano con la Palabra de Dios proviene de su devoción a Dios como su Autor.
En nuestro siglo A.W. Tozer ha expresado de modo inmejorable la necesidad de una elevada idea de Dios:
" La cuestión más grave delante de la Iglesia es siempre Dios mismo y lo más portentoso acerca de cualquier hombre no es lo que él en un momento dado puede decir o hacer, sino lo que en la profundidad de su corazón concibe acerca de cómo es Dios. Por una secreta ley de nuestras almas tendemos a movernos hacia nuestra imagen mental de Dios. Esto es verdad no sólo para cada creyente, sino para todos lo que componen la Iglesia. Siempre lo más revelador acerca de la Iglesia en su idea de Dios, tanto como su más significativo mensaje es lo que ella dice o no hace de El, porque su silencio es a veces más elocuente que sus palabras. Jamás puede escapar a la auto revelación de su testimonio concerniente a Dios.

El distinguido teólogo inglés del siglo diecisiete, Thomas Watson, es quien mejor capta el énfasis puritano sobre el amor a Dios en su explicación: " El amor a Dios hierve y se derrama, pero no se agota. El amor a Dios, de la misma manera que es sincero y sin hipocresía, también es constante y sin apostasía." El grado de amor a Dios excede toda medida, y que el Señor es la quintaesencia de todo lo bueno. Siendo que Dios es supremo en nuestra percepción, debe ser también supremo en nuestros afectos.

Usted puede amar demasiado a la criatura. Puede amar demasiado el vino y la plata, pero nunca podrá amar demasiado a Dios. Si fuera posible, el exceso aquí sería una virtud, pero nuestro pecado es que no podemos amar lo suficiente a Dios. Por tanto, jamás debemos dejar de procurar un entendimiento mayor de sus propósitos y una devoción mayor a su persona. Una consumidora pasión por Cristo deja muy poco tiempo para distracción tales como buscar nuestra propia satisfacción. Por consiguiente, los puritanos amantes de Dios no estuvieron tan ocupados en las necesidades del yo como aquellos de nosotros que nos toca vivir la " Generación del yo"


EL CONCEPTO PURITANO DEL PECADO

Es en su actitud hacia el pecado que el puritanismo contrasta de un modo tan agudo con nuestra época. En su concepto, la naturaleza humana fue radicalmente defectuosa, caracterizada por su inclinación al mal y aversión a lo bueno. Muchos evangélicos modernos han reemplazado el realismo bíblico de los puritanos con un concepto superficial y ligero del pecado. Hoy en día, el pecado se ha redefinido como el resultado de una aflicción demoníaca o una conducta adictiva. En cualquier caso, el pecador se tiene como víctima y, por tanto, sin responsabilidad de sus acciones.


Los puritanos, en cambio consideraban el pecado como criminal y le prestaban mucha atención. Como observa un historiador: " El pecado era el recipiente de la repulsa mayor que los fieles puritanos podrían expresarle porque amenazaba el orden social, violaba la razón y sobre todo resumía la antítesis de aquello que profesaban amar con más intensidad: " el Señor".


Stephen Charnock comenta que el pecado es una afrenta a Dios: " Cada pecado se funda en un ateísmo secreto"..cada pecado es como una maldición a Dios en el corazón, su objeto es la virtual destrucción del ser de Dios… Un hombre en cada pecado, apunta a establecer su propia voluntad como gobierno y su propia gloria al final de sus acciones".
Pecado es darle las espaldas a la adoración de Dios, para adorar el ego. El aspecto más importante acerca de la humanidad es que estamos adorando a las criaturas. Autoadoración, pues, está en el centro del problema del pecado.

A la luz de la corriente infatuación con la autoestima, merece examinarse la enseñanza puritana sobre el amor propio. En un estilo típicamente puritano, Charnock discierne tres tipos de amor propio. El primero es el " amor propio natural", al cual lo considera tanto necesario como recomendable ya que es el patrón de medida de nuestro deber con nuestro prójimo. Este tipo de amor es innato y parte de nuestra naturaleza. Segundo: " el amor propio canal ", es cuando un hombre se ama a si mismo más que a Dios, en oposición a Dios, con menosprecio de Dios. Esta clase de amor " resulta criminal por su exceso"


Este es un amor propio desordenado y, como tal, la pasión fundamental del corazón y puerta de entrada a toda iniquidad. "El amor propio pecaminoso", es alejarse de Dios para meterse en el lodo del egoísmo carnal, del que no hay escape fuera de la gracia divina. Esto lleva al tercer tipo que menciona Charnock, que es un afable amor propio impartido a los creyentes en la regeneración. Es " cuando nos amamos a nosotros mismos por fines más elevados que la naturaleza de una criatura, en subordinación a la gloria de Dios. Esto es reducir a la criatura rebelde a su orden verdadero y feliz, se dice, por tanto, que un cristiano es creado en Cristo Jesús para buenas obras". Sin embargo, aparte de una transformación radical de la naturaleza, el individuo es dejado con su idolatría:
"Cuando actúa como si algo menos que Dios puede hacerle feliz, o como si Dios, no pudiera hacerle feliz sin otras cosas. Así, el glotón hace un dios de sus manjares, el ambicioso, de su honor, el sensual, de su lascivia, el avaro, de sus riquezas, por consiguiente las estima como el mejor y más noble fin al cual elevar sus pensamiento…"


Brooks advierte además que ceder a un pecado menor mueve al diablo a tentarnos a cometer uno mayor. "El pecado es un invasor, se desliza en el alma poco a poco, paso a paso". Owen concuerda con esto, hablando del pecado como una fuerza dentro del corazón.


"Primero codicia, despertando e incitando demasiadas quimeras en la mente, deseos en los apetitos y afectos, proponiéndolos a la voluntad. Pero no descas allí, no puede descansar, insta, presiona y persigue sus propósitos con ardor, fuerza y vigor, luchando contendiendo y guerreando para obtener sus fines.."
De aquí que la solución que los pastores puritanos ofrecían a los dilemas que crea el dominio del pecado era el principio de la "mortificación".
Mortificación es hacer morir las obras de la carne ( Rom. 8:13) Mortificar significa quitar toda fuerza, vigor y poder al pecado, de modo que no pueda actuar por sí mismo ni influir en la vida del creyente. Esto involucra no sólo el fruto del pecado en los patrones de conducta externa, sino también la raíz de pecado en las motivaciones y deseos.
El pecado debería de someterse a la luz de la ley y del evangelio respectivamente, por el hecho de que debe verse a la verdadera luz de la santidad, gracia y amor de Dios y del sacrificio de Cristo por él. El Santo que ha pecado debe temblar delante de Dios por haber ofendido su paciencia, pecado contra su misericordia y tomado su gracia por otorgada.
Sí la convicción toma control del corazón, le seguirá un definitivo arrepentimiento. Un genuino arrepentimiento es mucho más que un simple reconocimiento del pecado. Keller señala: " es natural para una persona expresar dolor brevemente sobre un pecado y luego restablecerse con un versículo referido al perdón ( 1ª Juan 1:8-9). Pero esto puede producir una tremenda dureza de corazón, en especial en aquellas personas que caen a menudo ante la trampa del pecado que vive en nosotros
Tampoco es suficiente dejar el pecado si la única razón es el temor a las consecuencias. El verdadero arrepentimiento, como Ricard Sibbes lo expreso, es " promover en nuestros corazones tal dolor que el pecado resulte aún más odioso que su castigo, hasta llegar al punto en que ejerzamos una santa violencia en su contra.





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