header-photo

Este Fue Calvino

Juan Calvino,
El Salvador De La Reforma Protestante

(1509-1564).


Juan Calvino (Calvinus) nace el 10 de julio de 1509 en Noyon, región de Picardía, Francia, y recibe el nombre de Jean Cauvin. Su padre, Gerardo Cauvin, era abogado y notario; su madre, Jeanne La France, hermosa mujer, era conocida por su devota piedad y maternal personalidad. Ambos le dieron a Calvino la posibilidad de educarse y desarrollar un espíritu noble.
Hasta 1523 Calvino asiste a la escuela de su pueblo natal; con 14 años lo envían al Collège de la Marche, un famoso internado en París, cuyo profesor de latín y director era Mathurin Cordier. Cordier se hizo conocido como fundador de una pedagogía renovada, y aunque Calvino gozó sólo poco tiempo de sus clases de latín, lo veneró durante toda su vida. Mucho más tarde, lo llamó para organizar la educación escolar en Ginebra y Lausana.
Después, Calvino se cambia a otro internado, el Collège de Mantaigu, que era un baluarte del romanismo. Llegó a ser alumno de Noel Béda y de Pierre Tempete, quienes le enseñaron el arte de la discusión formal. Allí recibió una buena y profunda formación en gramática, filosofía y teología. Probablemente, fue en este colegio donde Calvino conoció la teología católica romana a través de la Patrística, las sentencias de Pedro Lombardo, y a Sto. Tomás de Aquino.
En 1528 Calvino inicia sus estudios de derecho en Orléans, la facultad más famosa en ese entonces. Es muy estudioso, trabajador y perseverante. En pocos meses aprende el griego, y se deja influir cada vez más por los ideales humanistas. En 1529 abandona Orléans, y sigue su carrera en Bourges con el famoso jurista Alciat.
En 1531 su padre cae gravemente enfermo, por lo cual debe viajar a Noyon para acompañarle en sus últimas horas. Después de la muerte de su padre, Calvino va a París.
En abril 1532, en París, cuando apenas tenía veintitrés años, Calvino redacta en latín un comentario sobre el tratado de Séneca "De Clementia”. “Este libro lo hace conocido y lo integra a las filas de los humanistas más famosos de Francia. Suele mencionarse este libro como ejemplo de precoz erudición. El autor demuestra que conocía tan minuciosa como extensivamente toda la literatura clásica accesible en su época. Cita diestramente de 55 diferentes autores latinos, de 33 distintas obras de Cicerón, de todas las obras de Horacio y Ovidio, de cinco comedias de Terencio, y de todas las obras de Virgilio. Cita de 22 distintos autores griegos: de cinco o seis de los principales escritos de Aristóteles, y de cuatro de los escritos de Platón y de Plutarco” (Lindsay).
Finalmente, Calvino retorna a Orléans, donde termina su carrera con el título de licenciado en leyes.
¿Cuándo se convirtió Calvino a la Reforma? Sabemos muy poco de este hecho. Dice en su Comentario de los Salmos que tuvo una "repentina conversión", y que ésta se realizó después de haberse dedicado a estudiar Derecho. En su comentario de los Salmos de 1557 dice: “Primero estaba tan porfiadamente entregado a la superstición papista que difícilmente me podía liberar de tanta mugre. Pero de repente Dios volvió mi corazón dócil y suave por una conversión súbita, aunque a mi edad yo ya estaba bastante endurecido frente a este tipo de asuntos. Sin embargo, cuando tuve algo de conocimiento sobre la piedad verdadera, inmediatamente me invadió un tremendo anhelo de sacar provecho de ello. No dejé mis diversos estudios completamente, pero los dejé cada vez más de lado. Grande fue mi sorpresa cuando, antes del término del año, todos los que sentían el anhelo por la doctrina pura se habían reunido en torno a mí para aprender, aunque yo mismo era casi un principiante”.
Después de su conversión al protestantismo retorna nuevamente a París para seguir estudiando (1533). Se unió a un pequeño grupo en la universidad donde exponía las Escrituras; la historia declara que siempre terminaba sus sermones con la frase de Romanos 8: 31 "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?"
El 1 de noviembre de 1533, Nicolás Cop, Rector de la Universidad de París, inaugura el semestre universitario con un discurso redactado por Juan Calvino, su amigo. “El discurso de Cop” se basó en las Bienaventuranzas del Sermón del Monte. En este discurso hizo una fuerte defensa de la verdad evangélica basándose en las ideas de Lutero y confesándose a la vez reformado. Los teólogos romanistas enfurecidos acusan a Cop de herejía, y después de algunas semanas, Cop debe huir a Basilea, su ciudad natal.
Mientras tanto, Calvino continuó estudiando en Francia, pero sus estudios no duraron mucho, ya que los romanistas descubrieron que Calvino era el verdadero autor del “discurso de Cop”, y tuvo que huir de París. Después de recorrer diversos lugares encontró refugio en Basilea donde se encontró con su amigo Nicolás Cop (1535). Fue aquí, en Basilea, donde el joven de 26 años terminó la obra magna del protestantismo, la Institución De La Religión Cristiana, hasta la fecha, nadie a podido superarla (1535).

¡Que Dios maldiga tus estudios y tu tranquilidad si no apoyas la reforma!

Pero Calvino quería pasar una vida tranquila con sus libros y estudios. Quería dedicarse en pleno a lo que había comenzado con La Institución de La Religión Cristiana. Pero en uno de sus viajes, pasando casualmente por Ginebra, conoció a un potente y fogoso predicador, Guillermo Farel. Este viaje, y especialmente este hombre, cambiarían totalmente los destinos de la vida de Calvino, del protestantismo y de la historia.
Calvino describe así su providencial encuentro con Farel: “En consecuencia, Farel, quien estaba iluminado por un maravilloso celo de fomentar el Evangelio, hizo muchísimos esfuerzos por retenerme. Y cuando supo que yo quería mantenerme libre para mis estudios privados, y cuando vio que con ruegos no lograba nada, empezó a maldecirme: que Dios condene mis estudios y mi tranquilidad si yo me retiraba en una emergencia tan grande y no apoyaba la Reforma. Estas Palabras me perturbaron y asustaron profundamente, tanto que renuncié a mi viaje planificado. Pero consciente de mis temores y mi timidez, no quería por ningún motivo ser obligado a asumir un cargo determinado”. (Prólogo al Comentario de los Salmos, Juan Calvino)
Y así comenzó la otra parte de su carrera, la de pastor. “Calvino tenía veintisiete años y Farel cuarenta y siete cuando empezaron a trabajar juntos en Ginebra; y, no obstante la diferencia de edad y la mayor disparidad de carácter, ambos se sentían fuertemente atraídos entre sí. "Teníamos un corazón y un alma", decía Calvino. Farel lo presentó a los principales ciudadanos, que no quedaron muy impresionados por el reservado y frágil joven extranjero cuyos servicios tanto ansiaba asegurar su pastor. Ni su nombre llegaron a preguntar.
El acta del Consejo (5 sept. 1536), al registrar su empleamiento y la promesa de proveer a su sostén, expresa: "Master Guillermo Farel indicó la necesidad de la conferencia comenzada por este francés en San Pedro". Calvino había declinado el pastorado; pero estuvo de acuerdo en actuar como "profesor de enseñanza sagrada para la iglesia de Ginebra (Sacrarum literarum in eccIesia Genevensi professor)". Su fuerza era de ese tipo que difícilmente se siente hasta que entra en acción. (Lindsay, La Reforma y su Desarrollo Social)
Como vemos, “este francés” (Calvino), no causaba mayor impresión ante las personas, pero lo que el hombre no ve, Dios lo ve, y lo revela cuando es el tiempo de Dios.

El genio de Calvino se descubre

En Octubre de 1536 se realizó en la ciudad de Lausana un debate para refutar la “herejía Reformada”. Por el lado romanista asistieron 174 teólogos, mientras que por el lado reformado estaban Farel y Viret, que hasta ese momento eran los campeones del protestantismo.
“…La discusión empezó el lunes, colmada la catedral por los habitantes de la ciudad y de las aldeas vecinas. Los disputantes tenían reservado un espacio en medio de la iglesia. Ahí tenían asiento los cuatro secretarios, los dos presidentes y cinco comisionados que representaban a les Princes Chretiens Messieurs de Berne, distinguidos por sus negras casacas y rojas charreteras, y por sus sombreros de anchas alas ornados con grandes penachos de plumas, sombreros que se mantenían firmemente en sus cabezas como cuadraba a los representantes de tan poderosos Señores.
No se esperaba que Calvino hablase; Farel y Viret eran los oradores; él solo estaba en el auditorio. Pero el martes, cuando se discutió el problema de la presencia real, uno de los romanistas leyó un ensayo cuidadosamente preparado, en el curso del cual decía que los protestantes despreciaban y descuidaban a los antiguos padres, por temor a su autoridad, que contradecía sus puntos de vista.
Entonces se irguió Calvino. Empezó con la sarcástica observación de que las gentes que reverenciaban a los padres podrían dedicar algún tiempo a volver sobre sus páginas antes de hablar sobre ellos. Y se puso a citar padre tras padre: "Cipriano, discutiendo el punto que ahora nos ocupa, en la tercera epístola de su segundo libro de Epístolas, dice: ... Tertuliano, refutando el error de Marción, dice: ... El autor de comentarios un tanto imperfecto sobre San Mateo, que algunos han atribuido a San Juan Crisóstomo, en la undécima homilía, por la mitad, dice: . . . San Agustín, en su vigésima tercer epístola, cerca del final, dice: ... Agustín, en una de sus homilías sobre el evangelio de San Juan, la octava o la novena no recuerdo en este momento cual dice:"; y así sucesivamente. No había en ese siglo quien conociera a los padres de la iglesia como él. No había sacado las opiniones de ellos de la Sententia de Pedro de Lombardía, como lo hacía la mayoría de los escolásticos y teólogos romanistas contemporáneos. Era la primera vez que desplegaba, casi accidentalmente, su maravilloso conocimiento patrístico -un conocimiento por el que Melanchton (el sucesor de Martín Lutero) no se cansaba de admirarlo. (Lindsay, La Reforma Y su Desarrollo Social)
Pero Calvino no solamente era un teólogo, sino que también era un verdadero reformador, y este espíritu fue el que le trajo problemas en su nueva ciudad.

Calvino, el profeta expulsado

“La necesidad urgente de Ginebra era organización e instrucción familiar, y Calvino se puso a trabajar inmediatamente en ello. Nos ha referido cómo sentía la situación. "Cuando por primera vez vine a esta iglesia", decía, "no había casi nada. Se predicaban sermones, se habían derribado y quemado los ídolos, pero no había otra reforma; todo estaba en desorden”.
Pronto Calvino prepara un borrador de las muchas reformas que deseaba introducir. Entre estas estaba el establecimiento de la disciplina, la prohibición de recibir la Cena del Señor a los pecadores impenitentes y la excomunión.
El Consejo de la ciudad las aprobó con mucha dificultad, pero los problemas sólo estaban empezando. Los romanistas y los anabaptistas de la ciudad protestaron ante los cambios que quería introducir Calvino. Alegaron que sus libertades estaban amenazadas y que deseaban vivir su propia libertad. Parte de la ciudad empieza a resistirle y le hacen graves acusaciones para deshacerse de él. La murmuración aumenta cada vez más y hace que la posición de Calvino se debilite ante el pueblo y las autoridades. La maquinaria de la conspiración logró sus planes, y el nuevo Consejo de la ciudad prohíbe que Calvino y Farel prediquen el Domingo de Resurrección. Calvino y Farel predican igual, y son destituidos de sus cargos.
El Consejo resuelve desterrarlos de Ginebra, dándoles tres días para recoger sus efectos. La expulsión fue humillante.

“Por mucho tiempo recordó Calvino las amenazas de esos días y noches de abril. Fue insultado en las calles. No faltaron matones que le amenazaron "arrojarlo al Ródano". Turbas de baja extracción se reunían en torno de su casa. Cantaban canciones impúdicas y obscenas bajo sus ventanas. Por la noche hacían disparos (más de cincuenta cierta noche) --ante su puerta- "más que suficientes para amedrentar a un pobre profesor, tímido como soy, y como confieso que siempre he sido”. Fue la memoria de esos días lo que le hacía desagradable el sólo pensamiento de volver a Ginebra. (Lindsay)
El tiempo que Calvino estuvo en Ginebra fue de tan sólo dos años, de 1536 a 1538. Cualquiera creería que con esta humillante expulsión él nunca más volvería a Ginebra, pero es Dios “el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre”.
“Expulsado de Ginebra, Calvino se hubiera dedicado de buena gana a una tranquila vida de estudioso; pero era demasiado conocido y demasiado apreciado como para permanecer en la oscuridad que tanto anhelaba. Estrasburgo lo reclamaba como ministro para los refugiados franceses que se habían establecido dentro de sus protectoras murallas. Era invitado a asistir a la conferencia protestante de Francfort; estuvo en las conferencias de unión de Hagenau, Worms y Regensburg (Ratisbona). Pudo así conocer los más célebres teólogos alemanes que lo recibieron como no lo habían hecho con ninguna otra persona proveniente de Suiza. Calvino, por su parte, entró en buenos términos teológicos con ellos al firmar, sin que se lo pidieran, la Confesión de Augsburgo, con lo que contribuyó a sostener el sentimiento de unión entre todos los protestantes. Encendió en el corazón de Melanchton una de esas románticas amistades que el frágil francés, con su pálido rostro, negro cabello y penetrantes ojos, parecía evocar tan fácilmente. Lutero mismo apreciaba su teología aun en su celosamente guardada teoría del sacramento de la Santa Cena” (Lindsay)

El retorno del profeta reformador

Mientras tanto, en Ginebra las cosas no iban bien. Después de la expulsión de Calvino, la ciudad y la iglesia eran un caos.
Los nuevos pastores y predicadores se tornaron déspotas y tiranos, la Cena del Señor no era observada, la moral del pueblo se tornó muy baja y corrupta, había frecuentes escándalos entre los partidos, muchos estaban volviendo al romanismo y era inminente un conflicto armado.
Los amigos de Calvino logran convencer al pueblo que el orden sólo puede ser repuesto si Calvino retorna lo antes posible. Entonces se hicieron gestiones privadas para que volviera, pero él se negó a regresar. El Consejo de Ginebra le escribió cartas para que volviera. Calvino no contestó ni una. Las ciudades de Lausana y Neuchatel sumaron sus voces para que “El genio de Ginebra” volviera. El reformador no se dejó persuadir. “La gente de Ginebra no se desanimó. El 19 de octubre, el Consejo de los Doscientos declaró que por todos los medios había que asegurar los servicios de "Maystre Johan Calvinus" y el 22, Louis Dufour, distinguido burgués y miembro del Consejo de los Doscientos, fue despachado a Estrasburgo con una carta de los dos consejos cívicos en la que se rogaba a Calvino que volviera a su "antiguo lugar" (prestine plache), "ya que nuestro pueblo tanto así lo desea", y prometiéndole que harían todo lo que pudieran para complacerlo”.
“Lejos de exaltarse ante el genuino deseo de volverlo a ver en Ginebra, Calvino se sintió terriblemente afligido. Pidió a sus amigos de Worms que lo aconsejaran, y los sollozos casi ni le permitieron presentarles el asunto... Respetando sus sufrimientos, sus amigos le aconsejaron que postergara toda decisión hasta que estuviera de vuelta en Estrasburgo. Otros que no estaban cerca de él lo instaban a que se resolviera”. Los esfuerzos por reclutar a Calvino toman más de medio año, el 5 de abril de 1541 los pastores de Zurich le escribieron:
"Sabéis que Ginebra se encuentra en los confines de Francia, de Italia y de Alemania, y que hay la gran esperanza de que el Evangelio se esparza desde ella hasta las ciudades vecinas, y así ampliar las avenidas del reino de Cristo. Sabéis que el apóstol eligió ciudades metropolitanas como centros de predicación para que el Evangelio se difundiera por las ciudades cercanas."
Calvino se rindió. Finalmente, el 13 de septiembre de 1541, Calvino llega a Ginebra: “el que abre y ninguno cierra” le honraría en esa ciudad por el resto de su vida.

Calvino, el hombre

Pero cabe preguntarse ¿cómo era Calvino?, ¿qué había en él, que lo hacía indispensable para muchos?, ¿qué características personales poseía? Algunos autores nos relatan parte de su personalidad y vida.
“Era incansable en sus esfuerzos por hacer de Ginebra una ciudad ilustrada. Su política educativa adoptada por los consejos, se formuló a través de una serie de famosas reglas para la atención de las escuelas y del colegio de la ciudad. Buscó y presentó al Consejo los profesores más destacados que pudo atraer a Ginebra. Mathurin Cordier, el preceptor más capaz que Francia produjo en su generación; Beza, su más ilustre humanista; Castelión y Saunier he ahí los maestros de la ciudad. La fama de sus escuelas atrajeron a casi todos aquellos a quienes la persecución arrojaba de sus ciudades. Calvino se preocupó seriamente por la instrucción religiosa de la juventud. Revisó su primer catecismo haciéndole más adecuado para los jóvenes; y se asentaron tan sólidamente los conocimientos de los niños, que era corriente oír decir que un niño de Ginebra podía dar una respuesta por su fe, tan valiosa como la de "un doctor de la Sorbona". Pero en lo que Ginebra sobresalió fue en su preparación del ministerio y de otras profesiones letradas. Hombres con pasión de aprender en su sangre acudían de todos los países: Italia, España, Inglaterra, Escocia, aun Rusia, sobre todo Francia. Pastores educados en Ginebra, que habían estudiado con los eruditos más destacados de la época y que habían adquirido el arte de gobernar a otros al haber aprendido a gobernarse a sí mismos, salieron de sus escuelas para convertirse en ministros de los protestantes que luchaban por su fe en Holanda, Inglaterra, Escocia, en las provincias renanas y principalmente en Francia. Eran hombres sabios, infatigables, denodados, prestos a dar su vida por su causa, que llegaban a arrancar elogios de sus mismos oponentes, y que andaban, modesta y santamente, "con el nombre de Jesús en sus labios" y su Espíritu en sus corazones. (Lindsay, La Reforma Y su Desarrollo Social)
En cuanto a su intelecto y personalidad poseía características rutilantes, “en sus tiempos de estudiante, Calvino había demostrado poseer, junto con una maravillosa memoria, un agudo y penetrante intelecto, con gran facultad de asimilar ideas y modos de pensamiento.
Su conducta era siempre digna, rectilínea, irreprochable. Por educación y por crianza, si no por ascendencia, fue siempre el cumplido caballero francés, y se encontraba completamente a gusto con hombres y mujeres de noble nacimiento. Su carácter era serio, con poco sentido de humor, poca vivacidad, pero con extraordinario don de simpatía. Era reservado, un tanto tímido, lento para hacer amigos íntimos, pero, una vez que los hacía, la amistad duraba toda la vida. En todas las épocas de su vida: niño, estudiante, hombre de letras, jefe de un gran partido parece haber sido centro de atracción y de confianza. El efecto de este misterioso encanto llegó a sentirse por quienes no vivieron en tiempo de su actuación.
En una oportunidad sus enemigos se mofaron de Calvino y le echaron la muerte de su hijo en su cara, Calvino respondió, “Hijos, los tengo por toda la tierra, miríadas de ellos.” (H. Van Til)
Su profesor, Mathurin Cordier, llegó a ser su devoto discípulo. Melanchton aspiraba a morir con su cabeza en el pecho de Calvino. Lutero, no obstante su suspicacia respecto de todo lo que procediera de Suiza, se sintió ganado a amarlo y a confiar en él. Y Knox, el más rudo e independiente de los hombres, lo reconocía como maestro, lo consultaba en toda duda y dificultad, y, salvo una excepción, siempre siguió sus consejos. Calvino amaba a los niños y solía invitarlos a su casa para Navidad; pero, y esto es característicamente francés, siempre se dirigía a ellos con ceremoniosa cortesía, como si fuesen hombres y mujeres crecidos que merecían tanta consideración como él mismo. Fue este rasgo el que cautivó a Beza cuando era un niño de doce años.
En 1552 Calvino escribió una carta a Cranmer, el gran reformador en Inglaterra, en la que dijo, “En lo que a mí respecta, si puedo brindar algún servicio no voy a dudar en cruzar diez mares, si fuese necesario, con tal motivo. Si el brindar una mano de ayuda al reino de Inglaterra fuese el único punto en discusión, ese sería un motivo suficiente en sí mismo para mí” (H. Van Til). Se regocijó como un niño al recibir un saludo de parte de Lutero y en una carta dirigida al reformador Bullinger dijo: “He oído que Lutero ha estallado en fieras invectivas, no solamente contra usted sino contra todos nosotros... Pero deseo que considere, ante todo, qué hombre tan eminente es Lutero y los excepcionales dones con que ha sido dotado... Aunque dijese de mí que soy un demonio, no por eso le regatearía mi estima y le reconocería como un ilustre servidor de Dios (Bonnet, op. cit., I, 435 f). Más tarde Calvino le escribió una carta a Lutero solicitándole una conferencia, pero Melanchton no tuvo el valor de entregarla.
Aún así, cuando Felipe Melanchton debió partir a la gloria, Calvino le dedicó el siguiente apostrofe: “¡Oh, Felipe Melanchthon! Apelo a ti que vives en la presencia de Dios con Cristo y nos esperas hasta que estemos unidos en el descanso bendito del Reino de Dios. Dijiste cien veces, cuando estabas cansado del trabajo y oprimido por la tristeza, que dejarías descansar tu cabeza sobre mi pecho. ¡Me hubiera gustado morir así! Desde entonces he deseado mil veces que hubiéramos podido morir juntos” («Clara Explicación de la Santa Cena», de Reíd, op. cit., p. 258).
La fuente de este poder, lógica impregnada de la pasión de la convicción, es tan peculiarmente francés que quizá sólo sus compatriotas pueden comprenderlo y apreciarlo plenamente, y ellos no han sido lentos en hacerlo.
Todos estos rasgos característicos les apelan. Su pasión por la igualdad, tan fuerte como la del apóstol Pablo, lo llevaba a hacer confidencias a sus seguidores, a hacerles aprehender lo que sabía hasta lo más íntimo de sus corazones. "impulsaba a exhibir las razones de su fe a todos los que se interesaban en conocerlas, a arreglarlas en un orden lógico que apelara a su comprensión, y su pasión de convicción aseguraba a él y a ellos que lo que enseñaba era la misma verdad de Dios. Por otra parte, era un verdadero gran escritor, uno de los fundadores de la moderna prosa francesa, el instrumento literario más exquisito que existe, un hombre hecho para concitar la atención de la gente. Escribió todas sus obras importantes en francés para sus compatriotas, así como en latín para el mundo ilustrado. Su lenguaje y estilo era claro, fresco, simple; sin afectada elegancia ni pedante despliegue de erudición; pleno de vigor e inspiración; ora atractivamente cáustico, ora de una elocuencia que hablaba a los corazones de sus oyentes porque refulgía de ardiente pasión y poderosa emotividad.
No menos enfático es Ernesto Renan: "Es sorprendente que un hombre que tan antipático se nos aparece en su vida y sus escritos, hubiera sido el centro de un inmenso movimiento en su generación, y que su áspero y severo tono hubiese ejercido tan grande influencia en las mentes de sus contemporáneos. ¿Cómo fue, por ejemplo, que una de las mujeres más distinguidas de su época, Renata de Francia, en su corte de Ferrara, rodeada por la flor de los ingenios europeos, quedara cautivada por ese austero maestro, y por él impulsada a seguir una carrera que tantos sinsabores le ha de haber causado? Este tipo de austera seducción es sólo ejercido por quienes trabajan con real convicción. Falto de ese vívido, profundo, atrayente ardor que fue uno de los secretos del éxito de Lutero, carente del encanto, y de la peligrosa y lánguida ternura de Francisco de Sales, Calvino triunfó, en una edad y en un país que clamaban por una reacción hacia el cristianismo, tan sólo porque fue el hombre más cristiano de su generación." (Lindsay, La Reforma y su Desarrollo Social)
Fue su doctrina y ejemplo inmortal lo que puso coraje en el corazón de los Hugonotes templando sus nervios hasta la muerte. Fue él quien inspiró a Knox en su resistencia a la tiranía y en su batalla por ganar Escocia para la Reforma. Y fue la teología y ejemplo de Calvino lo que produjo una cultura Calvinista en Holanda, Inglaterra, Escocia y aún, en América, pues los padres Peregrinos y Puritanos estaban inspirados con un sentido de misión y vocación, los cuales habían heredado de la tradición Calvinista.
Anécdotas de Calvino.

El Cardenal Sadoleto, uno de sus más grandes adversarios, un día de paso por Ginebra, quiso visitar al Reformador que vivía en esa gran ciudad. Llegó a la ciudad y preguntó. – ¿Dónde vive el Maestro Calvino?- se imaginaba que por su obra y liderazgo vivía en un gran palacio. La gente le dijo: - En la calle del cañón- Sin duda una gran calle pensó el Cardenal. Caminó con sus sirvientes y se sorprendió al ver la referida calle. – debe ser sin duda entre todas, la mejor casa de esta calle- dijo. Llegó frente a una humilde casa, la más humilde de todas, y pensó: -Por lo menos tendrá un sirviente o varios.- Cuan grande fue su sorpresa al ver que el mismo Calvino fue a abrir la puerta, lo atendió y le sirvió.




Muerte de Calvino

Debido al exceso de trabajo durante toda su vida, Calvino se debilita. El 2 de febrero de 1564 dicta su última conferencia en la academia; el 6 de febrero es la fecha de su último sermón. En su discurso de despedida del 28 de febrero de 1564, Calvino dice lo siguiente:
“Yo tuve en mi vida muchas debilidades que ustedes tuvieron que soportar, e incluso todo lo que he hecho, en el fondo no vale nada. Ahora, los hombres malos seguramente sacarán provecho de estas Palabras. Pero repito: Todo mis hechos no valen nada, y yo soy una criatura miserable. Sin embargo, puedo decir de mí con todo derecho que mis defectos siempre me desagradaron, que he deseado hacer el bien y que el temor de Dios se ha arraigado en mi corazón. Ustedes pueden afirmar que mi afán fue bueno, y por eso les pido que me perdonen lo malo. Y si hubo algo de bueno, ¡entonces tómenlo como medida y sigan haciendo lo mismo!”
“Cuando se vio a punto de ir a su reposo, redactó su testamento, diciendo: «Doy testimonio de que vivo y me propongo morir en esta fe que Dios me ha dado por medio de Su Evangelio, y que no dependo de nada más para la salvación que la libre elección que El ha hecho de mi. De todo corazón abrazo Su misericordia, por medio de la cual todos mis pecados quedan cubiertos, por causa de Cristo, y por causa de Su muerte y padecimientos. Según la medida de la gracia que me ha sido dada, he enseñado esta Palabra pura y sencilla, mediante sermones, acciones y exposiciones de esta Escritura. En todas mis batallas con los enemigos de la verdad no he empleado sofismas, sino que he luchado la buena batalla de manera frontal y directa.»
El 27 de mayo de 1564, Calvino muere en Ginebra. El día después es sepultado sin ningún tipo de pretensiones, y su tumba no tiene lápida, como él mismo había pedido. Así es que hoy nadie sabe dónde exactamente yacen los restos del reformador
Que un hombre que había adquirido tal reputación y autoridad tuviera sólo un salario de cien coronas y que rehusara aceptar más, y que después de vivir cincuenta y cinco años con la mayor frugalidad dejara sólo trescientas coronas a sus herederos, incluyendo el valor de su biblioteca, que se vendió a gran precio, es algo tan heroico que uno debe haber perdido todos los sentimientos para no sentir admiración. Cuando Calvino abandonó Estrasburgo para volverse a Ginebra, ellos quisieron darle los privilegios de ciudadano libre de su ciudad y el salario de un prebendado, que le había sido asignado; él aceptó lo primero, pero rehusó rotundamente lo segundo. Llevó a uno de sus hermanos a Ginebra consigo, pero jamás se esforzó por que se le diera a él un puesto honorífico, como cualquiera que poseyera su posición habría hecho. Desde luego, se cuidó de la honra de la familia de su hermano, consiguiéndole la libertad de una mujer adúltera, y consiguiendo licencia para que pudiera volverse a casar; pero incluso sus enemigos cuentan que le hizo aprender el oficio de encuadernador de libros, en lo que trabajó luego toda su vida” (Fox)
Este fue Calvino, y este fue su lema:

“SOLI DEO GLORIA”


Walter Vega, Ministro Iglesia Reformada

0 comentarios: